XIV Certamen Poético Comunidad Valenciana 2025

 

POEMAS PREMIADOS EN EL XIV CERTAMEN POÉTICO DE LA COMUNIDAD VALENCIANA 

GRUPO ARTÍSTICO Y LITERARIO NUMEN 2025  


El jurado estuvo compuesto por Teresa Rubira, José Luis Ferry y Joaquín Juan Penalva (ausente en el acto de clausura). 
Presidió el acto Fernando Gessa.
Lugar: Sala Altamira de la Sede Universitaria Ciudad de Alicante.
Fecha: 30 de octubre de 2025.
Fotografías: Jessica Chang.

Principio del formulario

Final del formulario

Nicolás Jaramillo Llorens, ganador del primer premio "Emilio Victoria". 

La Casa Respira

Puentes sobre el olvido. 

Doblo la mañana en la mesa:
migas, un vaso, la radio encendida.
Mi madre plegaba las servilletas
como quien guarda un mapa secreto.
Había en sus manos un rumor de harina.

Yo aprendí a esperar
mirando el borde de la taza.
El tiempo entonces tenía
la forma de un pan caliente,
las horas se escondían en las cortinas,
y cada moneda de luz
era un tesoro invisible.

Después vino el día del cierre:
las sillas empezaron a hablar en pasado,
el nombre de mi abuelo
se volvió pequeño como un botón,
y el dolor entró en la casa
como una lámpara que se apaga sin ruido.

Quedó en la mesa un vaso de agua
con un brillo extraño,
como si guardara una tarde intacta.
Caminé buscando su risa
entre abrigos colgados.

Las fotografías se volvieron mapas
de territorios clausurados.
En la noche su nombre llega
como un tren detenido en la estación,
y aprendo a hablar en presente
con quienes ya viven en la ausencia.

Pero no todo es pérdida:
la esperanza cose sus puntadas
en los gestos más pequeños:
un silencio compartido.

El re͏cuerdo͏ tiene olor a lavanda
a jabón de manos, a pan. 
Decir su nombre lo tr͏a͏e ͏de vuelta a la mesa,
aunque sea por un momento.
A veces ch͏ar͏lo con las tazas,
y los d͏ías se cuentan
en pequeños rescates:
una fo͏to, una canción.
El silencio quiere palabras. ͏
Escribo para que la ausencia
encuentre forma en este cuenco.

 Cada línea es un puente corto
 sobre un abismo de olvido.
 Le pido a los versos
 que traigan una chispa,
 aunque sea un hilo de bombilla.

Quiero que la casa respire,
 que las sillas cuenten historias
 y no epitafios.
 Al final comprendo:
 lo que queda no muere,
 se entona como canción
 en la garganta del que nombra.

Cierro los ojos:
la casa respira.
Y en su respiración
siguen sonando los pasos que fui.

 


 Raquel Zaragoza Durá ganadora del segundo premio "Grupo Numen".


El camino

Despacio, a mi paso,

nuevos sueños voy sembrando.

Días de polvo y sol

y días de lluvia y barro,

en mis pensamientos absorta

por senderos milenarios.

Arrastro los pies,

evito los charcos,

mientras mil emociones

voy rumiando…,

desde el alba hasta el ocaso.

 

Despacio, a mi paso,

cada amanecer me sorprende

un horizonte lejano:

con distintos pueblos,

y distintos aldeanos.

Distintas son las iglesias,

y distintos sus campanarios.

También son distintos los albergues,

donde aliviar el cansancio.

 

Despacio, a mi paso,

cada etapa es diferente;

los colores van cambiando:

Las nubes blancas,

en un cielo azulado.

El triste color gris,

de un cielo frío y nublado.

Los sempiternos verdes robles,

con sus troncos centenarios,

en su tierra, ¡bien aferrados!

Los inmensos mares de trigo,

igual que el sol: dorados,

y salpicados de tímidas amapolas

que las espigas han sonrojado…

 

Despacio, a mi paso,

llego al fin del Camino:

con la sonrisa en los labios

y los pies destrozados.

El Pórtico de la Gloria

me acoge bajo sus arcos.

Y yo lloro.

Lloro de alegría

porque, al fin, he llegado;

pero también lo hago de pena…

porque la experiencia ha terminado.

Entre el olor a incienso,

la música y los cantos gregorianos,

prometo que volveré al Camino,

que me lleva a conocerme…

y a tu Catedral, ¡Santiago!


                                                   



Américo Fojo Ferreti, 
ganador del tercer premio "Revista Numen". Recitó y recibió el premio Silvia Viviana Espina Valentini.

Romance del caminante

Ser ascua perseverante,

reflejo opaco de hoguera;

fugaz destello de lumbre

lenta llama de la leña.

Acaso, tal vez, quizás,

fulgor de atalaya en guerra,

diáfano horizonte azul,

resplandor que el sol refleja.

 

Cabal en la encrucijada

ser la imagen que se muestra,

señalando el rumbo claro,

persuadir, marcar la senda.

                     Acaso, tal vez, quizás,

oír la voz pregonera,

otra sombra entre las sombras,

siguiendo distintas huellas.


Bandera batiendo al viento,

estandarte, guía y vela,

timonel de tempestades,

luchando contra mareas.

                          Acaso, tal vez, quizás,

un simple abrigo de tela

amparo de madrugada,

cobijo que da tibieza.


Ser boca que grita, ataca,

dura respuesta a la ofensa,

con los dientes apretados

y la mirada altanera.

Acaso, tal vez, quizás,

ser ojos que todo aceptan,

labios murmurando paz,

calman, perdonan la afrenta.


Dudas de ser ascua o llama,

simple tela que guarezca,

o un estandarte en contienda

una voz que grita o ruega.

                     Acaso, tal vez, quizás,

el dilema se resuelva

siguiendo, firme en la luz,

como el faro persevera.


 Poder mágico

 

El sol que besa mi cara,

con los párpados cerrados,

me despertará memorias,

sonidos reencontrados.

 

Un murmullo que adormece,

caracola rumorosa,

me canta nanas marinas

 de la infancia luminosa.

 

Y cuenta de olas, espumas,

peces de luna forjados,

reflejando entre las aguas

metal de escamas labrados.

 

Fragancia de verdes pinos

enamora hasta las brisas,

enloquece en remolinos,

ecos, suspiros y risas.

 

Canciones, luces, aromas,

y recuerdos ya olvidados,

poder mágico del sol

con los párpados cerrados.

 

                                           

 


Paquita Márquez Ayuso, accésit 1.

 

Instantes de gloria


Como olas sin agua y sin espuma

tus labios acarician mi garganta,

y tus manos, inquietas por ansiosas,

han perdido la calma

y van dejando las huellas de tus dedos

hundidas en mi espalda…

Y este afán que nos une,

esta pasión que ardiente nos abrasa

invade de deseo nuestros cuerpos,

va agitando la urgencia en las entrañas,

va buscando en el tiempo ese momento

en que se apagan la voz y la mirada,

y por fin…

¡ese gozo infinito que nos inunda el alma…!

 

Pequeñeces


Me gustan esas cosas que parecen pequeñas,

y dejan en la boca como el dulce sabor

de los cálidos sueños que recuerdas apenas

y que rozan tu mente como un eco perdido.

Me gustan esas cosas por pequeñas que sean,

escuchar a lo lejos una vieja canción,

y la lluvia que llora, y el sol que ahora ha salido,

y el crujir de las hojas que el otoño abatió.

O esas pequeñas cosas que te alegran el día,

la sonrisa del niño que te mira al pasar,

el alegre gorjeo de un pájaro en su nido,

el rocío en la hoja, el aroma del pan…

La caricia de un rayo de sol en las mejillas,

percibir a lo lejos el murmullo del mar,

o descubrir de pronto, en un cielo sereno,

el rastro que ha dejado una estrella fugaz,

y formular a un tiempo, con un leve suspiro,

aquel deseo oculto que nunca alcanzarás.

Me gustan esas cosas por pequeñas que sean,

me gusta que me mires, aunque no digas nada,

me gusta que sonrías sin saber el porqué,

el calor de tu mano enredada en la mía,

y el beso vergonzoso que me robaste ayer.

Son las pequeñas cosas que me arrancan sonrisas,

Son las cosas pequeñas que alimentan mi fe.

 

Alboroto

 

En un caballo blanco, crines al viento,

vuelan incontrolados mis pensamientos.

Mis pensamientos locos que, con sus sueños,

dibujan imposibles en mis empeños.

Vieron en las macetas de los balcones

cómo visten las flores de cien colores.

Brotaron mil botones en los almendros,

y sus flores de nácar se están abriendo.

El aire se perfuma de esos aromas

y en mi alféizar, zurea una paloma.

Y es que cada mañana,

el canto de las aves amor reclama.

Que ya ha venido

la esquiva primavera a jugar conmigo.

Dulce alboroto

que a los atardeceres tristes les puso coto.

¡Ay! ¡Quién pudiera

tener siempre en el alma una primavera!

 


 

Diego Andrés Zambrano-Enríquez Gandolfo, accésit 2, recitó y recibió el premio Jessica Chang.

 

Casi azul

 

La noche,

una negritud azulada.

Bailar sobre la voz,

esa voz...

sobre tu ombligo.

Una reverencia

en mis labios.

Un sorteo de caricias

a tiro de un beso.

Sí, la noche,

un piano,

lleno de lunares...

donde improvisar,

sin sábana,

hermosos acordes

de sudor

y suspiros.

 

No hay promesas

más allá...

de esta noche;

que parece infinita

entre caderas.

Hay cielo,

tren nocturno.

Hay canción,

de ese tipo.

Un suspiro en mi bemol,

do sostenido

en tu pecho,

oscuro de madrugada

sonámbulo entre mis dedos.

Yace la luna

sobre tu lengua,

 

Almost blue

 

...

La noche,

traerá el resto;

la luz de una trompeta

verá nuestras costuras,

el humo turbio

de otras vidas.

Tal vez una lágrima

sobre una baqueta;

sobre parche

de un latido sordo.

Y al final el día.

Y otra noche,

es posible.

Otra noche

sin tiempo en la piel

con corazón

de disco antiguo

al alcance de otro beso.

La noche, sí.

             Suena Chet.


 

Silvia Espina Valentini, accésit 3.

 Costa bonita


Siento nostalgias de cielos distantes

cuando vuelan mis ojos al Atlántico,

grávidos de sal y arena gruesa,

humedecen la memoria con fragancias.

En esas playas, que orillan los trigales,

forjé castillos cada año de mi vida,

fragor de un mar que daba miedo

y un farol de luz anochecida.

En eneros de soles derretidos,

mi mirada inocente se asombraba

con saltos de delfines azules,

arcoíris de reflejos en el agua.

Torbellino de olas gigantescas

se adueñaban de buques encallados,

fantasmas de sorprendidas cuencas,

un concierto de metales oxidados;

alargadas sombras prisioneras

en afilados dientes de escollos marinos,

helada soledad imperturbable,

truncado su sino de zarpar al mundo.

Complicidad secreta con la noche,

encendía para mí miles de estrellas;

extraviada en abismos siderales,

mirada en abrazo hacia el cielo.

¿Quién correrá las cortinas de la estancia

allí donde mis ojos se escondían?

y la mesa y las sillas de mi madre,

murmullos de comidas compartidas…

Esa es mi casa de pródigos sueños,

siempre anidados en mis pensamientos,

cuando con ternura extiendo mis manos,

veo mi reflejo en espejos de antaño.

Podría entregarme al viento,

alcanzar los lejanos recuerdos,

pero al fin, la decepción podría conmigo

y no hallaría las rosas en invierno.  


 

Nuria Jiménez Blanco, accésit 4. Recita y recoge el premio Pilar Penadés.

 

Mi último viaje

 

Hoy regreso tan cansado, envejecido,

vuelvo herido por la vida y por el tiempo,

me quema en el pecho, la eterna   distancia,

y llego a tus brazos, en la voz del viento.

 

Regresar, desde mi ocaso hasta el principio,

al hondo latir de la tierra que desgrana

mi alma, que como espiga dura y plena,

da sus frutos a la luz de la mañana.

 

Deseo encontrar de nuevo los colores,

protegidos para siempre en la memoria,

colores que han guardado mis recuerdos,

en esta cansada y agotada noria.

 

Amarillo en las llanuras de Alicante

donde el ocre se rompe en mil maneras,

para fundirse con este sol herido,

 fiel reflejo de mi última quimera.

 

Fuentes del Algar, perfiles misteriosos,

verde esmeralda, en el que se reflejan,

sueños antiguos que vierten sus cascadas

sobre el agua clara, enmudecida y quieta.

 

Gris azulado como el hielo y la plata,

en las playas heladas, bajo la bruma

un eterno vibrar, un leve aleteo,

un vuelo de gaviotas hacia la luna.

 

Rojo, tras el cristal de un vaso de vino,

donde apagaba mi sed y ahogué mis   penas,

rojo tinto, al lado de la voz del padre,

o en la opaca claridad de las tabernas.

 

Blanco y azul en la piel de las fachadas,

negro de forja, en las puertas y en las rejas

que protegen el hogar y la familia,

la palabra muda y la escondida queja.

 

Campos de Orihuela, Sierra de Mariola,

recuerdos dormidos que a mi alma llegan,

hoy recorro de nuevo vuestros caminos,

con los pies cansados y las botas viejas.

 

Quiero perderme, al ocaso, en los pueblos,

recorrer sus calles, andar en sus plazas,

sentir de nuevo los perdidos aromas:

olor a tahona y a la tierna hogaza.

 

Volveré a escuchar del viejo campanario,

su llamada a la hora de la misa,

el silencio en las calles, solo pisadas

del perro sin dueño, que avanza sin prisa.

 

Devuelvo a la tierra, mi vida, mi voz,

acudo solo, sin miedo a su llamada,

 desde allí, mi corazón, ya sin latidos,

 se hará trigo y   amapola enamorada.

 

 No quiero en este momento vuestro llanto,

ni el cura que en mi lecho rece bajito,

dejadme morir aquí, sobre los campos,

con el alma extendida hacia el infinito.

 


Agustín Conchilla Márquez, accésit 5.

 

Penumbras de lucero

 

Te busco sobre manto del crepúsculo,

en distancias rotas por las tinieblas,

tras el lucero cegado por las sombras,

en noche oscura, vestida de penumbra,

negra como túnica de clérigo.

 

Me acongoja la noche, suspira el grillo,

vocaliza melodías cansinas, repetitivas,

brotan a destiempo de guitarras negras,

en monotonía de sacerdote por tinieblas,

emitiendo sinfonías de renglones curvos,

hirientes de tímpanos angustiados.

 

Mas percibo murmullos de tinieblas,

aún me saludan con caricias de ortiga,

y sellan la tardía sonrisa de mis labios,

como cerrojo de celda en la noche.

 

Mas ya quiero ser el día, sin persiana,

aunque sienta el paraíso mortecino,

encarcelado por hábitos enlutados,

ebrios de cortejos estrellados.

 

Mas yo sueño con caricias de aurora,

y acaloro, se incendian mis suspiros,

como mechas de candil que destellan,

alimentando albores incendiarios,

como frases quemadas, sin forma,

crepitando en las cenizas.

 

Y ahora no hallo razón a la rebeldía,

duerme en la raya de la luz quemada,

como pincel en suspiros de lágrimas,

y trastoca el sentido de mis temores,

atraídos por líneas de estelas negras,

atrapados, quizás, en mi nostalgia.

 


Mas anhelo el cortejo de la aurora,

como la luz que iluminaría mi sueño,

aunque duerma el reloj de las horas,

sobre manto de universo confinado,

prisionero de estrellas fantasma.

 

Mas aún no siento la mirada del ángel,

tras la sonrisa de tu sombrero plateado,

como grandeza de espíritu en cortejo,

ahora quebrado por liturgias de tiniebla,

sobre cuerpo oscuro, en nido de llueca.

 

Mas ya desciende la luz del espíritu,

La veo. Me llegan rastros de esperanza,

como sílabas que escapan de los años,

tibias como aguas de manantial eterno,

y claras como discurrir de arroyo.

 

Y ya fraternizo con ojos de sombrero,

se despiertan como hachas de alborada,

sin tormento, sin batalla, sin mordazas,

como frases de murmullos en cortejo,

crepitando en familias de universo.

 


Mas sigo en la tenebrosidad de mi sueño,

esperando a que la furia de puñales heridos

abran las ventanas del universo, prisionero,

y contagien alborada a las farolas del cielo,

señoras de encantos, y de noche estrellada,

ahora encarcelada por yugos negros.


 







Comentarios

  1. Marīa Jesús Ortega Torres1/11/25, 12:06

    Enhorabuena por estos preciosos Poemas, y muchas gracias por permitirnos compartir.
    ¡Felicidades a todos!

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